martes, 2 de octubre de 2018

LAS HIERBAS DE LA EMANCIPACIÓN: ABORTO, BIOPOLÍTICA Y SOBERANÍA


Articulo de la Revista Amazonas 
recuperado en:

LAS HIERBAS DE LA EMANCIPACIÓN: ABORTO, BIOPOLÍTICA Y SOBERANÍA


Posted On : 12 junio, 2018 
Published By : Marina do Pico

En septiembre de 1699, la ilustradora y naturalista alemana María Sibylla Merian llegó a la Guayana Neerlandesa con una misión: pasar allí cinco años documentando e ilustrando nuevas especies de insectos y plantas. Divorciada y con dos hijas, María había vendido 255 de sus pinturas para costear el viaje, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en realizar una expedición científica independiente. En el libro que resultó de aquella expedición, María documentó cómo las esclavas africanas e indias de la colonia usaban las semillas de una planta (que ella identificó como flos pavonis) como abortivo. Escribió: “Los indios, quienes son maltratados por sus amos holandeses, usan las semillas [de esta planta] para abortar su descendencia y que no se conviertan en esclavos como ellos. Los esclavos negros de Guinea y Angola reclaman ser bien tratados, amenazando con rehusarse a tener hijos… Ellos mismos me lo dijeron”.
En el relato de María se cristalizan una serie de problemáticas que suelen ignorarse en el debate sobre el aborto: este es tan antiguo como la palabra escrita y sin embargo hoy, desde los sectores conservadores, se busca instalar la idea de que las feministas “inventaron el aborto” o que el deseo de libertad reproductiva es un fenómeno moderno. Muy por lo contrario, lo reciente no es la existencia del aborto sino su criminalización: se trata de un proceso que se desencadenó en forma paralela a los comienzos del colonialismo y el capitalismo, cuando en Europa la libertad reproductiva de las mujeres comenzó a ser vista como una amenaza para los proyectos de expansión capitalista que requerían de una población floreciente.
El concepto de biopolítica nos da un marco idóneo para analizar estas problemáticas: este es el nombre que da el filósofo francés Michel Foucault a una forma específica de gobierno que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. Historizar y contextualizar el aborto nos permite ver cuál es la verdadera naturaleza del debate, y el sustento epistemológico “pro-vida” se cae cuando empezamos a pensar la vida como un concepto que no es ni neutro ni ahistórico sino que está teñido de valor cultural. En virtud de controlar la natalidad, los cuerpos gestantes tuvieron que ser disciplinados. Así, para defender la vida humana “en potencia”, las vidas concretas de mujeres, su deseo y su humanidad se vieron relegadas a un lugar de irrelevancia política; sus cuerpos se volvieron cuerpos dóciles para la muerte.

Del perejil al misoprostol: historia de los abortivos
En su libro Eve’s Herbs (Las hierbas de Eva), John M. Riddle, un estudioso de la contracepción en la Antigüedad, se hace la siguiente pregunta: “Si las mujeres solían tener acceso a métodos efectivos de anticoncepción, ¿por qué este conocimiento se les perdió con el comienzo de la modernidad?” Efectivamente, hoy la capacidad reproductiva de las mujeres está regulada por entes ajenos a ellas. Existe un desconocimiento profundo del cuerpo femenino, en un contexto en el que la mayoría de las mujeres no saben lo que son los emenagogos (hierbas para provocar la menstruación) y se encuentran con una serie de trabas para acceder a los servicios reproductivos más básicos. Esto no siempre fue así. Previo a la modernidad, la anticoncepción supo ser un arte femenino que combinaba hierbas, recetas pasadas de generación en generación, prácticas y conocimientos ancestrales.
Algunos de los métodos más antiguos (de las que tengamos registro) datan del 500 a.C. Los abortivos son parte de una cultura de medicina herbal mantenida por mujeres durante miles de años. En la medicina popular germana se utilizaban orégano, tomillo, perejil y lavanda en forma de infusión o supositorio; en Persia, canela, alhelí y ruda. La raíz del helecho dentabrón era muy usado por mujeres francesas y alemanas. Por gran parte de la historia, las mujeres realizaban estas prácticas con la ayuda de curanderas, parteras del pueblo, o las llamadas “mujeres sabias”. En 369 a.C, Platón describía el poder de las parteras en uno de sus diálogos: “Con las drogas y encantaciones que administran, las parteras pueden traer los dolores de la labor de parto o atrasarlas a su voluntad, hacer fácil un parto difícil y en una instancia temprana, causar un aborto si así lo deciden”. El uso y conocimiento de estos métodos era dominio casi exclusivo de mujeres.

Sin embargo, con los comienzos de la modernidad, las mujeres empezaron a perder su autonomía y poder de decisión en estos campos. La revolución científica y médica significó que las mujeres fueran crecientemente excluidas de la medicina por requerimientos de títulos universitarios a los que ellas no accedían. La posición de los hombres de la ciencia fue reforzada por la Iglesia que, en un decreto papal, afirmó: “Si una mujer se atreve a curar sin haber estudiado, es una bruja y debe morir.” De esta manera, las parteras dejaron de aprender y de prescribir. La caza de brujas fue efectiva en romper con una cadena de conocimiento que se había enriquecido en su transcurso milenario.
Riddle argumenta que la desvalorización de medicinas antiguas no se trató tanto del desarrollo de una cosmovisión racional y científica sino del desprecio de la elite por los conocimientos y saberes populares. En 1649, Nicolas Cullpeper escribía: “El Colegio de Médicos ha mantenido a la gente en tal ignorancia que ya no deberían ser capaces de saber para qué sirven las hierbas en sus jardines”. Esto resultó ser escalofriantemente cierto. En Europa las mujeres de la realeza ignoraban las propiedades abortivas de aquella hermosa planta americana que adornaba sus jardines: la flos pavonis. La bajada de línea de las instituciones de la época derivó en una especie de amnesia colectiva que borró del corpus médico todo el campo de los conocimientos anticonceptivos.
La restricción cada vez más fuerte empujó a las mujeres a recurrir a drogas de efectividad y seguridad inciertas. Durante la era victoriana, aquellas que buscaban un remedio a sus “problemas femeninos” podían abrir el diario y elegir de una serie de píldoras y polvos. Muchos venían con una advertencia, a modo de guiño: “No deben usarse durante el embarazo”. En esta época hubo altas tasas de envenenamiento y cuando la ley se percató de esta situación, en vez de garantizar el acceso a abortivos más seguros, los restringió aún más, volviéndolos cada vez más peligrosos. Entrado el siglo XX, las mujeres habían perdido prácticamente toda la libertad reproductiva de la que habían gozado desde al menos los comienzos del Imperio Romano. La clandestinidad tuvo un efecto alienante: en vez de abortar en red y con el apoyo y asesoramiento de otras mujeres, ahora las mujeres abortaban solas, avergonzadas y de manera insegura.
Hoy en día el 40% de la población mundial vive en países en donde el aborto es ilegal o está severamente restringido. La Organización Mundial de la Salud estimó en 2008 que en el mundo ocurren cerca de 21.6 millones de abortos inseguros cada año, causando un aproximado de 47.000 muertes. Para reducir ese número, la OMS puso al misoprostol en su lista de Medicinas Esenciales. Existen cientos de grupos y redes de mujeres que se organizan para brindar misoprostol y asesoramiento en países donde el aborto aún es ilegal. Uno de esos grupos, llamado Women on Waves, se vale de un barco para brindar estos servicios reproductivos. El misoprostol representa una amenaza tan grande que se han llegado a usar tropas militares para impedir el ingreso del barco a ciertos países. Dado este estado de cosas, las mujeres se encuentran solas en la prisión legal de sus cuerpos y el Estado se aferra a la llave que les abriría la puerta.

“Sean fecundos y multiplíquense”: Caza de brujas, natalidad y capitalismo
“Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”. (Génesis, 1: 28)
La persecución de brujas y la criminalización del aborto no fueron casuales ni arbitrarios. Disciplinar el cuerpo de la mujer y ejercer control sobre su capacidad reproductiva fue un paso fundamental para dar comienzo al capitalismo y expansionismo más feroz. Fueron un conjunto de factores que iniciaron este proceso. En primer lugar, luego de las pestes de 1347 y 1352 (que ocasionaron crisis demográficas) el control que ejercían las mujeres sobre la reproducción comenzó a ser percibido como una amenaza a la estabilidad económica y social. Para Jean Bodin, un influyente filósofo francés, tanto la seguridad del Estado como la prosperidad de la comunidad dependían de una demografía robusta. “En mi opinión”, escribió, “se equivocan mucho los que dudan de la escasez (…) puesto que no hay ciudades más ricas ni más famosas en las artes y disciplinas que aquellas en las que abundan ciudadanos”. Bodin concluyó que las parteras y “brujas” debían ser eliminadas en pos de este progreso.

Sean fecundos y multiplíquense (Luisa Lerman)
Sin embargo, el proyecto económico de expansión no habría sido posible sin el sustento ideológico de instituciones como la Iglesia Católica. Si bien hasta entonces la Iglesia no tenía una postura tomada frente al aborto, esto cambió cuando Tomás de Aquino escribió lo que de allí en adelante pasaría a ser la posición “oficial”: el sexo debía ser solo para la procreación. Los abortivos pasaron a ser considerados como una violación a la reproducción natural dada por Dios. A pesar de los intentos, resultaba difícil condenar a las mujeres por aborto porque era un crimen casi imposible de comprobar. Cuando la Iglesia se percató de que no podía regular los abortivos ni procesar a las mujeres que podrían haberlos usado, decidieron atacar la fuente del conocimiento: las parteras pasaron a ser el blanco de esta campaña y fueron consistentemente perseguidas y quemadas en la hoguera por los cientos de años que duró la caza de brujas en Europa.
Las sospechas hacia las parteras tenían más que ver con el miedo al infanticidio que a cualquier supuesta incompetencia médica. Esta deslegitimación permitió introducir al médico varón a la sala de partos. Según escribe Silvia Federici en su libro El Calibán y la bruja: “Con este cambio, empezó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, priorizaba la vida del feto por sobre la vida de la madre. (…) A partir de ahora sus úteros se transformaron en territorio político, controlados por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista”.
La contractura de la maternidad forzada son las prácticas eugenésicas. Mientras se intentaba aumentar la natalidad, el Estado también quiso seleccionar a quienes era “dignos” de reproducirse. Estas prácticas estatales no son cosa del pasado remoto, sino que tenían un sustento legal hasta hace no tanto tiempo y subsisten de manera encubierta en distintas partes del mundo. En Estados Unidos, el estado de Indiana aprobó la primera ley de esterilización obligatoria para los “biológicamente inferiores” en 1907. Para 1944, la eugenesia ya regía en al menos 18 estados y, según una investigación reciente de la Universidad de Yale, se habrían practicado unas 40 mil esterilizaciones forzosas. En Perú actualmente se denuncia la esterilización forzosa de 236 mil jóvenes, en su mayoría menores de 25, analfabetas y de origen indígena.
La criminalización del aborto y la esterilización forzada constituyen los polos opuestos de una tendencia global que se vale de los úteros de las mujeres como instrumentos para regular el vigor de la economía. Las mujeres deben aceptar el mandato reproductivo de turno y ofrecerse dócilmente a todas las intervenciones. Según estadísticas del Programa de Salud Reproductiva del Hospital Público Materno Infantil (HPMI), durante 2017 se realizaron 870 ligaduras de trompas, pero solo 40 vasectomías. Cuando se ignora la politización de la sexualidad, se naturaliza el reparto de roles en desmedro de los cuerpos femeninos: ellas son las que toman las pastillas, se ligan las trompas, paren en nombre del Estado y se desangran en una camilla por su ausencia.

Conquistar el cuerpo salvaje
De las esclavas que describía María Sybilla Merian se desprende una representación muy clara de la situación de las mujeres en las comunidades indígenas que fueron colonizadas. Federici dedica varios capítulos de su libro a describir cómo la problemática de la caza de brujas se trasladó al Nuevo Mundo con el proceso de colonización. En los registros de los viajantes europeos se puede ver que en la mayoría de las comunidades fueron las mujeres quienes se resistieron con mayor tenacidad a la nueva estructura de poder, probablemente debido a que eran las que más tenían para perder al adoptar los modos de vida europeos, que eran descaradamente patriarcales.
Los conceptos en torno a la salud eran muy distintos a los importados del Viejo Mundo. La lógica cartesiana del cuerpo como máquina resultaba extraño para estas culturas que pensaban a la salud de una manera más holística, como inseparable de la armonía espiritual y la unión con la tierra. De esta misma manera, el uso de plantas abortivas era visto como una forma de garantizar el equilibrio, la salud de la familia y el espaciamiento entre embarazos. En ciertas comunidades, la planta abortiva era recolectada por una mujer mayor, en un lugar sagrado, contando con la presencia de –por ejemplo- “mama killa”, que en quechua significa “madre luna”: la diosa del ciclo menstrual. En algunas regiones de Mesoamérica se le llamaba “purgas” a las hierbas abortivas. El concepto del aborto como pecado o tabú era ajeno a muchas culturas indígenas de América y se instauró recién tras la colonización. La influencia del sistema de creencias europeo fue tal que actualmente los campesinos en Bolivia aún temen que, si una mujer aborta, sufrirán heladas y granizo como “castigo”.


Conquistar el cuerpo salvaje (Luisa Lerman)
Esta colonización sobre los modos de pensar y concebir el mundo resulta evidente cuando se desempolvan los documentos históricos. Mientras que en 1550 las comunidades indígenas podían reconocer abiertamente su apego a la religión tradicional, un siglo más tarde los crímenes de los que eran acusados giraban en torno a la “brujería” y eran escalofriantemente similares a las acusaciones realizadas contra las brujas en Europa. Las campañas de persecución, matanzas y humillaciones públicas fueron efectivas en lograr que estas prácticas se dirimieran en el ámbito privado, en el que los antepasados y los “huacas” seguían ocupando un papel central.
En la actualidad, la pobreza, la discriminación y la escasez de recursos son factores que contribuyen a un ambiente en donde las mujeres indígenas aún no pueden ejercer total control sobre su salud reproductiva. Dado que las poblaciones indígenas han sido históricamente el blanco de campañas eugenésicas, es entendible que cualquier conversación sobre la libertad reproductiva genere en estas comunidades temor y sospecha. A pesar de esto, y gracias a los esfuerzos de muchas organizaciones de mujeres que establecieron puentes y diálogos con estos pueblos, hoy las mujeres indígenas participan abiertamente de las campañas para garantizar la salud reproductiva y abortos seguros. Son las voces más relevantes en este debate, ya que son la máxima representación de la vulnerabilidad y a la vez el símbolo más potente de resistencia: este cuerpo no se coloniza.

Palabra de hombre, cuerpo de mujer: la biopolítica tiene género

Para adueñarse de los medios de reproducción, primero se tuvo que instalar la idea de que el cuerpo femenino era una máquina natural de crianza que funcionaba según ritmos que estaban fuera del control de las mujeres. Esta dominación se centra sobre toda una serie de tecnologías que tienen por objeto producir, administrar y dominar la vida. A pesar de esto, Foucault, el teórico de la biopolítica, se mostró curiosamente desinteresado por el disciplinamiento de las mujeres. Tal como señala Federici, la biopolítica de Foucault ignora el proceso de reproducción y funde las historias femenina y masculina en un todo indiferenciado. La omisión es significativa ya que muestra cuán naturalizada está la labor reproductiva de las mujeres: se habla de “vida” sin mencionar que hay alguien que la gesta, no siempre por voluntad propia.
En definitiva, puede pensarse que la trasgresión que supone el aborto como práctica social es una afrenta a la vocación materna: resulta ofensivo, bajo la norma patriarcal, que la mujer no desee ser madre. En el libro Del inconveniente de haber nacido, el filósofo Émile Cioran nos recuerda una obviedad que a veces no resulta tan obvia: la decisión de nacer siempre es de Otro, no del naciente. Por eso resultan tan preocupantes las estrategias persuasivas de ciertos activistas “pro-vida”. Han llegado a escribir poemas en nombre de un feto a su madre, expresando su deseo de nacer. Lo que se esconde en esta apelación es el deseo de quien es, de hecho, el único sujeto capaz de desear en esta situación: la mujer.

Palabra de hombre cuerpo de mujer (Luisa Lerman)
Si las mujeres no tienen la libertad de decidir si quieren o no reproducirse, entonces están sujetas a la deshumanización más brutal ya que se asume que su cuerpo “no les pertenece”. Esta frase de hecho es articulada de manera explícita por muchos de los que se oponen a la legalización del aborto. El diputado Felipe Sola dice: “Pienso que la mujer embarazada no es dueña de su cuerpo, hay otro ser adentro”. Esta cuestión plantea una pregunta interesante sobre la autonomía corporal, un concepto cultural que establece que las personas tienen derecho a decidir sobre las intervenciones en su cuerpo.
En la situación de un embarazo, se asume que la mujer pierde su autonomía corporal ya que este derecho choca con el “derecho a vivir” del embrión. Sin embargo, la defensa de la vida no prima sobre la autonomía corporal en ninguna otra situación. Legalmente no se puede forzar a nadie a donar sangre para un paciente, aunque el paciente muera a causa de esto. En casos de trasplantes de órganos vitales, es ilegal extraerlos de un cadáver sin constar con su consentimiento por escrito. Es decir, legalmente le garantizamos más autonomía a un cadáver que a una mujer embarazada.
Aún falta mucho para que podamos garantizarles a las mujeres la autonomía corporal que se les negó por tanto tiempo, pero decididamente vamos en esa dirección. En 2012, surgió el grupo de las socorristas argentinas, que, inspiradas por el movimiento autonomista de las feministas italianas, ponen a disposición una serie de herramientas y ofrecen acompañamiento a mujeres que desean abortar, devolviéndoles la autonomía y el poder de decisión sobre sus cuerpos y sus vidas. Se trata de una solidaridad entre mujeres que ante la clandestinidad se unificaron bajo un objetivo común: preservar la vida y el bienestar de todas. Como las “brujas” de la Antigüedad, estas mujeres comparten conocimientos, tejen redes y se fortalecen unas a otras. Al final, la tragedia de nuestras antepasadas se transformó en un poderoso símbolo de lucha que las italianas de los setenta encarnaron por primera vez, tomando las calles con carteles que exclamaban “Tremate, tremate, le streghe son tornate”. Tiemblen, tiemblen, las brujas están de vuelta.

Imágenes:  Luisa Lerman (ilustradora y dibujante. Cursa el ultimo año de la Licenciatura en Artes Visuales en UMSA y trabaja ilustrando especies botánicas para investigadores del CONICET)

Bibliografía
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